sábado, 20 de septiembre de 2014

Testimonio. Apuntes de recuerdos de mi escuela.



     Nací en 1950, por lo tanto no soy de la primera generación escolar de la posguerra; no obstante mi generación escolar, años cincuenta y sesenta del pasado siglo, también vivimos aquella escuela graduada de niños o de niñas; no ya del racionamiento, pero sí de la leche en polvo y el quesito de los norteamericanos; de este grupo numeroso habría que quitar a los que estudiaron “ingreso” y luego bachillerato, terminando, casi todos, en un instituto o en la universidad. 

     El resto, la mayoría, nos quedamos con el “Certificado de Escolaridad”, y no todos, pues muchos y muchas, abandonaron los estudios antes de los 14 años o no aprobaron ni siquiera el certificado; me rio yo del fracaso escolar moderno, como digo muchas veces, aunque a algunos idealistas de la enseñanza se enfaden cuando digo esto.
     Yo tuve la suerte de aprobar el certificado que, como dijo mi maestro don Arsenio, la mayoría por aburrimiento de quien daban el título, porque las autoridades provinciales habían decidido aquel año (1963) que todo el mundo aprobara y se le concediera el diploma. El discurso de los profesores, de fin de curso y de “la carrera de primaria”, fue tan deshonroso hacia el alumnado de nuestra escuela básica, que yo hubiera querido no haber recibido el título: “nunca he tenido y espero no volver a tener, un curso tan malo y con alumnos tan torpes como los de este año” –dijo don Arsenio-. Por supuesto, la mayoría, éramos un fracaso escolar, pero el sistema educativo y los profesores salían indemnes de dicho fracaso. Todavía tengo el diploma que no enmarqué porque tampoco me sentía muy orgulloso.
     El fin de los cursos de cada año solía venir un inspector y las fuerzas vivas del pueblo. Les daban peladillas a los más listos y como yo tenía un tío que llevaba, creo que lo de sindicatos o la secretaría del Movimiento, aunque no era yo de los más listos no me faltaban las peladillas.
     Como podrá intuirse por lo que escribo, no tengo muy buen recuerdo de mi paso por la “Escuela Graduada de Niños” de Samper de Calanda, pero no porque la educación que impartían fuera de una instrucción “nacional-católica”; lo que más me gustaba de la escuela era los himnos como el “Cara al Sol” o “montañas nevadas”, incluso el rosario de todos los sábados o la parafernalia militarista de las formaciones a la entrada a clase y la puesta y retirada de bandera. O los “mayos” en clase: (Venid y vamos todos, con flores a María, con flores a porfía, que madre nuestra es), o “rezar las cruces” por el pueblo o dentro de la iglesia. Por aquellos tiempos, no tenía ideología y vivía en el paraíso que es donde viven los niños hasta que les empieza a entrar el conocimiento por los 14 años más o menos, incluso me divertía mucho con todo eso; más que estudiar.
     Lo que se me atragantaba eran las clases de los maestros con sus lecciones que no entendía y las hostias que algunos llevábamos, más los ayunos continuos al quedarnos sin comer, un día sí y otro también. Creo que de esos años (sobre todo los de segundo grado), me vienen las jaquecas que he sufrido de mayor.
     Posiblemente no todos tengan el mismo recuerdo; sin embargo, muchos de mi “telerada” confirmarán lo que digo, pero tenía un compañero que parecía más feliz que ninguno; nuca le vi contestar mal a una pregunta sobre la lección que le preguntaba el maestro, sabía resolver todos los ejercicios y problemas con una resolución prodigiosa y nunca alardeó de ello. No digo su nombre porque a lo mejor se enfada pues era y es una persona muy inteligente y humilde (de carácter), luego se dedicó a la enseñanza. No era mi caso, que salvo la Historia Sagrada y la de España, que era sagrada también, lo demás me
atosigaba o no entendía para que servía; especialmente las matemáticas, que me parecían la cosa más sosa e inútil del mundo. Llegué a pensar que la habían inventado los mayores para fastidiarnos a los menores.
     La madre de un compañero (cuyo nombre tampoco quiero decir, aunque lo diré si me lo preguntan en persona), me paró un día por la calle toda preocupada porque su hijo y yo no íbamos a comer ningún día a casa, arrestados con ayuno, por torpes, -tan malos sois, decía, si mi chico y tu parecéis tan buenos y listos-. Mi madre también era de la misma opinión (no tenía abuela), pero entonces la escuela
era una institución en la que no se podía cuestionar la autoridad del maestro o maestra. Ahora dicen que a veces
Los chicos con los chicos
se les ríen, les tiran objetos con un tirachinas y están sometidos a maltrato por parte de los alumnos y los padres, aunque yo creo que exageran, si bien es la profesión en la que más suicidios se dan, después de la Guardia Civil según el INE. Los políticos, sin embargo, son de las que menos se quitan la vida. Es la ley del péndulo.
     Hace ya unos cuantos años, pero ya en tiempos posteriores, don Secundino, que era amigo mío, me enseñó el nuevo colegio de Samper dedicado al botánico señor Loscos y aluciné de cómo estaban los críos estudiando y dibujando, algunos en el suelo, y ¿las chicas?, espatarradas. En los tiempos que yo digo, les habrían dado dos hostias bien dadas, sin embargo no aprendíamos más, ¿o sí? A lo mejor, con mayor permisividad yo habría salido más listo y con menos traumas.
     Los chicos estábamos separados de las chicas, salvo en parvulitos; pero a
Las chicas con las chicas, Colección A. Zapater.
partir de ahí nos separaban y a los chicos no nos enseñaban a coser, ni a bordar, ni a llevar la casa, por eso en mis tiempos, los chicos y chicas éramos como dos mundos diferentes; incapaz de entenderse. Ahora también, pero menos; porque juegan juntos al marro, al churro, media manga mangotero; a la taba y al tú la llevas, aunque creo que a las chicas tampoco les enseñan ya a llevar la casa. Los chicos de mi generación no nos acostumbraron a perder con las chicas, por eso éramos más hombres. Ahora son como más femeninos, pero ligan más; no hay mal que por bien no venga.
DOÑA MARÍA
     Había, además de párvulos, tres cursos, 1º, 2º y 3º. Y en nuestro pueblo
Coleccion A, Zapater
teníamos la ventaja de tener un pre-escolar que era la escuela de “doña María”. Creo que era subvencionada por el ayuntamiento. Doña María, llevo a varias generaciones de samperinos y samperinas; ya mi padre fue con ella, antes de la guerra, y después de mi aún fue bastante gente. Era toda una institución. Doña María tocaba el armonio en misa, también llevaba repasos en su casa; ahí aprendí yo a multiplicar, porque entonces había unos cuadernillos (libretas) con la tabla de multiplicar en el reverso, y doña María dejaba que la ojeáramos. ¿Por algo pondrían la tabla en el reverso, digo yo?, pero en la escuela reglada no nos dejaban mirar; además me dijo algo tan elemental como que seis por siete son seis veces siete o siete veces seis, etc., fue un descubrimiento maravilloso; a partir de ahí ya no tuve problemas con las multiplicaciones, porque yo he tenido muchos
Colección A. Zapater
problemas con la memoria y la declamación, y la única tabla que me aprendí cantando fue la del dos, la del cinco y la del diez, las demás enseguida se me olvidaban; me sigue pasando con los teléfonos, las fechas de los cumpleaños y demás; ni el alfabeto o el “Yo pecador…” me he aprendido de memoria y eso que lo sigo intentando.
     De la escuela de doña María, de lo que más me acuerdo era el canto aquel a coro: Jesusito de mi vida/tu eres niño como yo/por eso te quiero tanto/y te doy mi corazón. Y aquella tontada que repetía y que tan poco le gustaba a un vago como yo; eso de que “había que hacer las cosas deprisica y bien”. Bien sí –pensaba yo-, pero deprisica… Con doña María estudiábamos la cartillica, que dicen que la invento un pedagogo moderno.
     En la lectura sí que fui destacado, pues no recuerdo cuando no sabía leer y decían que nada más nacer ya leía tebeos. Sin embargo en caligrafía y ortografía salí de la escuela sin haber aprendido, y así sigo.
PARVULITO 
     De doña María pasamos a parvulitos, que lo llevaba una maestra joven que era como un ángel; No recuerdo su nombre pero sé que empezaba por Señorita y algo. Tenía métodos pedagógicos modernos, posiblemente de influencia de la Institución Libre de Enseñanza, porque nunca
recuerdo una mala cara o un grito y nos hacía estudiar las “Rayas” y el “Parvulito” (que era una enciclopedia preparatoria), sin enterarnos de que estudiáramos, y no como otros que los que leíamos mal o no nos acordábamos bien de la lección respondíamos con temor esperando que nos cayera el cachete o un grito por lo menos. También recreábamos cuentos o historias en forma de teatro. Tenía que haber durado siempre, pero enseguida nos pasaron a “primero”.
PRIMERO DE PRIMARIA
    Aquello ya era otra cosa; el maestro era muy bonachón. No había problemas. Algunos se aprovechaban de la bondad del profesor para no hacer nada más que diabluras, pero los que éramos tranquilos aprendimos algo. Cuando se iba
Manolín y Vicentín
el maestro del aula, se armaba un berenjenal impresionante; nunca termine de entender porque la mayoría de los compañeros gritaban, saltaban unos encima de otros como posesos. Yo permanecía en mi asiento quitándomelos de encima como podía; hubo uno que se rompió el brazo dos veces en el mismo año más dos o tres “cuqueras” y sin estar en el recreo. Si fuera ahora, sus padres, habrían demandado al colegio, pero entonces lo mismo le castigaron al chico cuando llegó a casa. Ya de mayor y después de casado lo vi muy en su sitio, hasta se había montado una empresa.
     El buen maestro se fue, no recuerdo porque, y durante un curso de primero, como no había sustituto, el ayuntamiento puso de tutor, mientras se cubría la plaza, a Tomás Marques, el de la tienda. Fue un año estupendo, pues se esforzaba en enseñar y era ameno y entretenido.
José Luis Abadía Falo (Luisito)
Quizás pasamos a segundo un poco retrasados, pero lo que la mente lo pierde, el cuerpo lo gana y con su pedagogía personal también aprendimos cosas. Recuerdo que la canalla estaba muy tranquila en clase, como relajada.
     El horario escolar, si no recuerdo mal, era de 9,30 horas a 13, y de 5 a 7; los sábados solo se iba por la mañana y el día del Churicé y el tercer día de la rosca también se iba solo por la mañana. Algunos se quedaban una hora por la
tarde al “repaso”, que era pagando. El recreo era de doce a doce y media; lo que más se jugaba era al futbol, con dos porterías señalizadas con piedras, al marro, a la trompa (peonza), al Churro y a las bolicas (canicas). Yo era muy malo para todo aunque no me iba mal de portero. Se elegían dos capitanes, que solían ser los más líderes del colegio y estos elegían a su equipo. Desde una distancia convenida los capitanes Iban al encuentro marcando con los pies y el que remontaba elegía el primero, luego el otro al segundo correlativamente, así hasta el número acordado. No debería ser muy malo cuando siempre me elegían, mayormente de portero, pero si no de medio, que era el que no servía ni para defensa ni para delantero. Para ser defensa había que ser fuerte y muy bruto, y para delantero buen regateador y chutador.
     Para las bolicas era fatal, siempre perdía y no sé porque jugaba; incluso me jugué y perdí una estupenda colección de mi hermano de bolicos caros de piedra y cristal que guardaba como oro en paño; lo mismo le hice con varias colecciones de tebeos. Todavía no me lo ha perdonado. A la trompa no jugaba y a marro si pero me cogían enseguida, y al churro si podía me libraba porque jugaban algunos brutos que iban a romperte la espalda.
     Una de las personas más habilidosas e inteligentes para la trompa, las bolicas, la honda y la tirafonda (tirachinas), y también para subir a los árboles a coger latones u otras frutas era Domingo Lorea (Botero, muerto recientemente y a quien le quiero rendir homenaje pues fue un gran amigo mío). No entiendo como en la escuela no quería estudiar y respondía mal al maestro.
SEGUNDO DE PRIMARIA
     Pasamos a segundo, donde había un maestro que era
algo inhumano con los alumnos, su nombre no se me ha olvidado; don Luis se llamaba, y nos pegaba con la regla en la mano con los dedos juntos “en cocullico”, que era una tortura; a veces parece que te iba a hacer una caricia y te daba un bofetón; te pegaba a traición con la regla en el culo, te daba un pellizco si estabas mal sentado o simplemente si estabas pensando en las musarañas; cosa muy habitual en los niños que están pensando más en las musarañas y en jugar que en estudiar.
     Nos ponía los deberes pero no los corregía personalmente, sino de manera colectiva, en corro resolvíamos, por ejemplo, la división que nos puso a todos por igual, y salíamos por orden a solucionarla; luego nos decía a cada uno si coincidía con la realizada por nosotros; naturalmente decíamos que si o que habíamos tenido una pequeño error y despachados.
     Unos compañeros muy avispados y pícaros, me enseñaron a hacer las cuentas con los números puestos en orden pero “los que nos daba la gana”, de manera que nos ahorrábamos el suplicio de hacer los deberes aunque los sabíamos hacer. Como no los corregía individualmente, a correr.
     Pero un día los pillo y les dio una somanta palos que me puso los pelos de punta. A mí no, no me creía tan malvado. Lo que no sé, es como esos amigos míos seguían haciendo la trampa casi todos los días y casi todos los días recibían los palos y los gritos; les tiraba la libreta por la ventana de la escuela o las pisaba.
     Yo seguía creyendo que era inmune al descubrimiento, como los corruptos de ahora, pero un día me pilló y la paliza que recibí no se la deseo a nadie. Varios días me quedé sin
comer con grandes dolores de cabeza debido, seguramente, a las bajadas de azúcar en sangre, pues tengo ese defecto del metabolismo si estoy mucho tiempo sin comer.
     Para aprender, a veces, nos ponía de interino a un compañero adelantado, así se ahorraba él de dar la lección. A mí me daba lecciones mi amigo Mariano “el Chatico”, que sabía más que yo. Hacía lo que podía.
TERCERO DE PRIMARIA
    Con más dolores que sapiencias, pasamos a tercero, para malestar de don Arsenio que se dejó decir, seguramente con razón, que le pasaban cursos de alumnos mal preparados. Pasábamos contentos porque don Arsenio estaba algo idealizado en el pueblo como buen maestro y no digo que no lo fuera,
Los sistemas montañosos
pero cuando llegue yo, y más en el siguiente año (entonces estábamos dos o tres años en un mismo curso), ya estaba muy quemado. Si algo le reprocho es “pasar” de enseñarme, salvo la hora que hacía de “permanencia” (repaso), los que no hacían la “permanencia” estaban abandonados. Don Arsenio se dedicaba a los de ingreso o bachiller en horario escolar. Hay que entenderlo; se decía entonces que “pasas más hambre que un maestro escuela” pues, aunque los considerábamos unos privilegiados, cobraban cuatro perras y menos mal que se dedicaban a los repasos, (que no todo el mundo podía hacerlo por cuestión monetaria o a la preparación de estudios superiores que eran los menos). Además disponían de pocos medios y mucho alumnado; un alumnado de distintas añadas y que venían ya mal preparado de cursos inferiores.
     Don Arsenio nos parecía una persona sibarita; guardaba tabletas de chocolate en el cajón de su mesa de profesor y algunos habían ideado un método de ir comiendo alguna “toma”, sin que el sintiera el hurto; lo mismo le pasaba con los cigarrillos. Le considerábamos, sin pruebas fehacientes, que tenía mucho éxito con las mujeres. 
       Un día descubrí que existía el "libro del Maestro" era como la encicolopedia pero con todos los ejercicios y problemas resueltos para el profesor (que sinvergüenzas), asi que cuando no estaba el maestro me los copiaba. Aunque pueda parecer delictivo fue el mejor método para aprender, pues la soluciones estaban razonadas y las cuentas "indicadas" (simplificadas), si no comprendia el problema o ejercicio no lo hacía por si me pedia que lo explicara, pero la mayoría los entendía; las cuentas las hacia convencionalmente con algunos errores para despistar. Cuando el profesor me pedía que explicara el problema lo explicaba con titubeos, y me lucía.
     El lunes era el día más destacado de la semana; si aparecía algo tarde, con la mueca del rostro agria y nos hacía levantarnos firmes a todos, mal día y posiblemente mala semana; pero si venía a su hora y de buen talante, todo iría bien. A este le ha ido bien el fin de semana -decíamos-.
     Era muy habilidoso con la regla; le hacían unas reglas de castigo anatómicas y adaptadas a la tortura de los alumnos, y la sabía utilizar muy adecuadamente (no como otros), a mí casi nunca me hizo mal de verdad, pero sabía hacerlo, en diferentes grados si hacía falta. Por eso era más el miedo a que nos hiciera mal, que el mal que hacía realmente, salvo casos excepcionales.
     También nos dejaba sin comer muchos días, no sé porque a mí y a dos o tres más; era un castigo que entonces se consideraba más moderado que otros pero que a mí me hizo mucho mal. Mi padre fue a decirle si merecía la pena que estudiara bachillerato, pero don Arsenio le dijo que no perdiera el tiempo conmigo. No se lo he tenido en cuenta. El día que deje la escuela fue el día más feliz de mi vida.
Escuela graduada de niños
Programa de curso 3º (creo que era este):

Lunes: aritmética y geometría.
Martes: gramática e historia sagrada.
Miércoles: geografía e historia.
Jueves: dibujo y gimnasia.
Viernes: falange y Formación del Espíritu Nacional.
Sábado: ciencias de la naturaleza y Santo Rosario.

3 comentarios:

  1. Estupendo artículo de Manuel, que ilustra con frescura como era la vida en la escuela en aquellos años.

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  2. Don Saturnino que nombras debe ser don Secundino.

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  3. Efectivamente; escribiré cien veces "don Secundino", por torpe.

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